Primera Carta a una Princesa.

Segundo, Tercer o Cuarto Día del Mes Cero Año Cero.
                                                                                              Ciudad de las Estrellas, Reino de las Virtudes.

Para ti, princesa y heredera de ésta, tu carta:

El protocolario de mi vida hace infinita la partitura del pianista, hace eterna la noche, quizá escriba con ya un centenar de emociones que haré cabalgar si Cupido me lo permite. Justo a unos pasos de mi las velas colocadas cerca de la Biblioteca juegan a alcanzarse con ayuda del viento pero el fuego no es como el mercurio que se une en cuanto se aproximan las partículas.

Creí que solo bastaba con hablarle a las velas y disculparme con aquellos agentes serviles de mi imaginación por darle vida a cosas imposibles, pero no, era simbólicamente el momento perfecto para escribirle a mi engalanada e histórica, sublime y profunda amiga arquitecta de mi ser: la princesa, gobernante unimembre de mil palabras, y coautora del estilo romántico que no alcanzo a matizar en mis cartas aún.

Era de día. Amanecía y anochecía por la continuidad de parpadeos que debía procurar para verla, observarla, anestesiar mi sueño y de un vuelco despertar.  Su linaje no es menos importante que el suspiro del mar cuando sucumbe ante la arena y triunfal toca tierra. Sus ojos aun si fuera ciego se explicarían musicalmente en el arpegio de su voz tierna y la fragilidad homogénea de su andar. Su presencia dibuja y mis palabras la acompañan. La siguen con las metáforas del cortejo real.

Esa mujer contemporánea, vestida de la antigua Dulcinea enemiga del caballero andante, Afrodita marmoleada y vestigio único y real del Big Bang. La Princesa de claveles anecdóticos, pieza estratégica de ajedrez en múltiples batallas; La de piel color virtud y una odisea del cuello al infinito. Es ella la causa de la posición final de las estrellas, la marcha del corazón hacia un lugar inconcebible. Cobija mi existencia y me vuelve de ella apasionado, un intento de escritor y músico conjugados en la armonía de la melodía interminable. Si la veo a los ojos mis palabras besarán sus labios. Princesa, bienvenida al País de las Maravillas.

Me abstengo de ser suyo”hasta la muerte” como el Quijote. Es inagotable y anti-efímera mi devoción por usted.

SM Alain Zaragoza Álvarez.

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